lunes, 25 de julio de 2011

Dos placeres

Estoy con un ataque de avidez por los libros. En menos de una semana compré tres (Tatiana y Alexandr, de Paullina Simons; El despertar de Mona Lisa, de Sunny y Tierra adentro, de Nicola Barker) y me bajé otros tantos. Ayer releí el séptimo libro de Harry Potter entero, y habría leído toda la colección. Temo por mi salud mental. Quiero leer todo al mismo tiempo. Quiero releer todos los libros que leí, los que compré y todavía no abrí y todos los que no compré y andan por ahí. Un ejemplo de mi ansiedad: recién estaba tratando de abrir un chocolate Milka que me regalaron en el día del amigo. Y hacen tan mal estos paquetes del orto, que no lo podía abrir. Así que agarré la tijera y corté todo el plástico que me impedía apoderarme del delicioso chocolate con almendras. Así que ahora, por fin, estoy disfrutando de este néctar de los dioses. Con esas almendras que tiene, me hace acordar al Häagen-Dazs (sí, acabo de buscar cómo se escribe), el palito de Vanilla almond. Qué ricura. Uy, se me cayó un poco de baba en el teclado. En fin. No sé dónde estaría yo sin libros y sin chocolate. Eso no sería vivir. El otro día pensaba: “Che (a veces me hablo a mí misma), qué bueno que me gusta leer. Qué suerte que tengo”. Por lo menos tengo una cosa, algo constante que me importa más que nada, en la que nunca voy a dejar de creer. El género humano es voluble: la familia se muere o se aleja, los amigos se van, las personas cambian. Pero los libros, ésos nunca te dejan. Hace unos años presté mi primera copia de Cien años de soledad. Obviamente, no volvió. Pero al tiempo me compré otro. No era el mismo libro, el objeto que yo había aprendido a querer, pero lo abrí y ahí estaban, las mismas palabras. Y eso es lo único que importa. Eso, y el chocolate. Madre mía, cuando aprenda a hacer soufflé de chocolate, todo estará perdido. Y ahora, un poema que me gusta mucho:


Piano and drums
de Gabriel Okara

When at break of day at a riverside
I hear jungle drums telegraphing
the mystic rhythm, urgent, raw
like bleeding flesh, speaking of
primal youth and the beginning,
I see the panther ready to pounce,
the leopard snarling about to leap
and the hunters crouch with spears poised;

And my blood ripples, turns torrent,
topples the years and at once I’m
in my mother’s laps a suckling;
at once I’m walking simple
paths with no innovations,
rugged, fashioned with the naked
warmth of hurrying feet and groping hearts
in green leaves and wild flowers pulsing.

Then I hear a wailing piano
solo speaking of complex ways
in tear-furrowed concerto;
of far away lands
and new horizons with
coaxing diminuendo, counterpoint,
crescendo. But lost in the labyrinth
of its complexities, it ends in the middle
of a phrase at a daggerpoint.

And I lost in the morning mist
of an age at a riverside keep
wandering in the mystic rhythm
of jungle drums and the concerto.

No hay comentarios: