sábado, 1 de octubre de 2011

Cosas que pasan III

Venía de una tarde muy buena. Fui a taller de escritura y después a tomar un café con una compañera. Se hicieron las ocho, tomé el 63. En cuanto me subí, me di cuenta de que me estaba haciendo pis. Ya había tenido ganas antes, durante el taller y tomando el café, pero primero no quería levantarme para no perder ninguna crítica y después estaba tan enganchada en la conversación que no quería perder tiempo en eso. Además, siempre me da cosa ir al baño en un lugar que no conozco. No por el baño en sí, sino por preguntar dónde está y buscarlo. Es una tremenda estupidez, lo sé, no es la primera vez que me voy de un bar sin pasar por el baño y en medio del viaje a casa me arrepiento.

La cuestión es que estaba en el 63. Cada curva, cada salto en el empedrado amenazaba mi control. El colectivo dio una vuelta y pasó por la estación del ferrocarril en Chacarita. Pensé: "Dios mío, falta tanto, no voy a llegar". Traté de distraerme. Me concentré en la música que estaba escuchando, miré a la gente que subía, la de la calle. Pensé en el cuento que quiero escribir, en el personaje, en cómo empezar. Y otra vez: "Dios mío, no voy a llegar". Lacroze se me hacía infinita, los semáforos siempre en rojo. Cabildo fue todavía peor, había tráfico. Y el empedrado de Juramento, qué dolor. Traté de rezar el Padrenuestro, pero no me lo acuerdo, creo que nunca lo aprendí bien en el colegio, y hace años que no me siento a pensar en qué creo. Lo que sí me acuerdo bien es el Ave María en italiano, porque sigo escuchando la voz cantarina y un poco ronca de la maestra de Religión. Entonces empecé a recitar eso en voz baja mientras esperaba el tren en Barrancas:
Ave Maria piena di grazia, il Signore é con te, tu sei benedetta fra tutte le donne, e benedetto il frutto del tuo seno, Gesú. Ave Maria, prega per noi peccatori...

Eso es todo lo que me acuerdo. La gente me miraba al pasar, porque no podía quedarme quieta. Por fin, el tren, "gracias, gracias Dios".
Sólo dos estaciones, sólo dos y llegaba a casa. Mientras tanto me preguntaba por qué soy tan masoquista, y si no hay mejores maneras de serlo.
Porque realmente, aguantarse las ganas de ir al baño es la cosa más tonta del mundo.

Y como es tan tonto, cada vez que me pasas pienso: "Por favor, si no me desgracio en la calle, te prometo que no lo hago más, que voy al baño siempre antes de salir". Eso pienso siempre, hasta que llego a casa, tiro la cartera al piso, esquivo al perro que me recibe llorando y corro al baño.

Entonces, cuando ya pasó todo y me siento un ser humano de nuevo, y no un receptáculo de pis, me miro al espejo y sé que por más que prometa lo que prometa, voy a dejar que pase de nuevo.

3 comentarios:

Paula dijo...

Después me preguntás por que me dejo morir de hambre... jajajaja... porque el sufrimiento me hace sentir viva.

Hoy me venía pishando en mi paseo por la av. Belgrano... y ya sé que odias las historias escatológicas, pero peor es estarse cagando encima. Es mil veces peor. Oh, sí.

Sidonie dijo...

eso último era innecesario, Paulette.

Paula dijo...

La redundancia a veces es necesaria desde mi plano de la realidad, you know. :D