lunes, 8 de agosto de 2011

Notable

Hoy fui a pasear por las librerías de Corrientes. Pocas cosas me gustan más que meterme en esas librerías y llenarme los dedos de polvo buscando algo interesante. Hacía frío y había viento, pero eso casi lo hace más divertido. De alguna manera siempre asocio a los libros con el frío y el viento, no puedo imaginármelos con el calor y el sol del verano.
En Corrientes hay de todo, para todos. Nuevos, usados, destrozados, buenas ediciones, lamentables, bizarros, truchos, lo que quieras. Hoy encontré un librito de cuentos de un profesor de la facultad, Juan José Delaney (de Seminario de Literatura Argentina, que todavía no rendí), se llama Los pasos del tiempo. Leí dos cuentos y no están nada mal. Y lo pagué... tres pesos. Encontré también uno de Robert Alley, El último tango en París, basada en el guión cinematográfico homónimo de Bernardo Bertolucci, con prólogo de Norman Mailer. Me pareció interesante, y sólo costaba siete pesos, así que me lo traje.
El último lo compré por un impulso, porque como le faltan las solapas no sé de qué se trata, pero me gustó. Se llama Mermaid, y es de Margaret Millar. Cuando llegué a casa busqué a la autora y resulta que era la esposa de Ross McDonald, un grande de la literatura policial. ¡Qué loco! Y ella también escribía novelas policiales, así que voy a ver qué tal es.

Ya satisfechas con nuestras compras, fuimos a La Giralda, que era en realidad el objetivo de nuestra salida. Me encantan los bares notables de Buenos Aires, los que han sido declarados notables y los que no, pero igualmente lo son. Un Café Martínez puede ser lindo, pero nunca será notable. Para alcanzar esa categoría, el bar debe ser un vejestorio, atendido por vejestorios. Hoy, en vez de traerme la taza de café con leche, el mozo vino con dos jarritas y me lo sirvió ahí mismo. Me dejó también la azucarera, de las antiguas, no pidas edulcorante porque eso es de maricones. Y los churros, ¡los churros! Simples, rellenos o bañados en chocolate. Qué pecado capital, por favor. Renunciamos al chocolate caliente porque está todo muy caro, treinta y cuatro mangos por el chocolate y cuatro churros. Pero teníamos que sentarnos un ratito en las mesas de mármol y comernos, por lo menos, dos (o tres) churrines.
Ah, qué felicidad, la pila de libros en mi mesa de luz vuelve a crecer. Ya está alcanzando proporciones de torre de Babel.

Caminando a la parada, un tipo me tiró un beso desde un camión de La Serenísima. Juá!

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